Enrique Ernesto Shaw, hijo de los argentinos Sara Tornquist y de Alejandro Shaw, nació en Francia el 26 de febrero de 1921, dos años más tarde en 1923, su familia regresó a Argentina, pero la madre fallecería al poco tiempo cuando Enrique tan solo tenía cuatro años. Fue ahí, que su
padre, cumplió el deseo de su mujer de confiar su formación religiosa a
un sacerdote de la congregación de los sacramentinos y lo envió al
Colegio de La Salle de la ciudad de Buenos Aires, donde fue un alumno
sobresaliente.
Al cumplir catorce años, ingresó a la Escuela Naval
Militar en Rio Santiago. En 1943 se casa con
Cecilia Bunge con quién tendría nueve hijos.
Pero el quiebre más importante del laico y empresario argentino se
dio cuando, una tarde del verano en 1939 en la biblioteca del Ocean de
Mar del Plata, llegaría a sus manos un libro del Cardenal Suhard sobre
el rol y la responsabilidades del hombre cristiano en la vida, un
escrito que le cambiaría la vida. A partir de ahí, al haber conocido la
Doctrina Social de la Iglesia, se produjo el convencimiento profundo de
liderar humanísticamente la vida de los obreros. Esa “conversación
definitiva” como él siempre la llamó, fue la puerta para tomar la
decisión más importante de su vida y también opuesta por la familia de
su mujer que fue nada más y nada menos que retirarse de la marina para
dedicarse a ser obrero en una fábrica. Casi por providencia, luego de
haber realizado un curso de meteorología en los EE.UU en 1945, logró un
puesto en la fábrica de Cristalerías Rigolleau S.A., gracias a un tío de
su mujer, y logró el sueño que más tarde se completaría convirtiéndose
en Director Delegado de la Organización, teniendo bajo su supervisión
3.400 obreros. Esto fue el comienzo de un nuevo desafío y donde dejaría
la marca de su sangre obrera.
Desde siempre, Shaw demostró su afán de querer vivir al servicio de los demás, con esfuerzo y dedicación, demostró ser mucho más de los que todos esperaban. Eligió el camino de la humildad, acompañando a los obreros no solo en cuestiones de trabajo sino también humanas.
Su ocupación iba más allá de lo laboral, su visión era más profunda y su personalidad convincente. Al ver la necesidad de sus empleados, promovió la sanción de la ley de asignaciones familiares e impulsó una caja previsional propia para brindar servicios médicos, préstamos para urgencias y o subsidios por enfermedad. "Cuando iba a tener a mi bebe, no querían darme un aumento por mérito y fui a hablar con él y me dio mucho más de lo que le pedí; con decirte que podía pagar el alquiler, el gas, la luz y todavía me sobraba", atestiguó Adelina Humier, una de las secretarias de Shaw en Rigolleau. Todo éste compromiso y responsabilidad era acompañada por su convicción religiosa que lo llevó a crear, junto con otros cofundadores, la Asociación Cristiana de Empresas con el objetivo de insertar la paz social y cumplir su tarea apostólica.
La vida de Enrique Shaw se basó en la defensa de sus trabajadores, qué el mismos los consideraba más que un productor de riqueza o un instrumento de la empresa. Para él, eran seres espirituales cuya dignidad y valores humanos han de estar siempre en el pensamiento de aquellos que administran las riquezas de la tierra". El amor y la responsabilidad por ellos fue tan grande que arriesgó el bienestar de su propia familia. En 1961, un año antes de su muerte y ya estando enfermo de cáncer, decidió viajar a EE.UU porque la empresa, que se había vendido a capitales norteamericanos, había decidido despedir a 1200 obreros. "Si echan a una sola persona, yo renuncio", dijo convencido a pesar de saber que si se iba, quedaría sin obra social, y dejaría a su mujer sin cobertura y con nueve hijos. Finalmente logró su objetivo. Estas acciones, como también cuando aportaba préstamos de urgencia de su bolsillo para algunos de sus empleados, fueron retribuidas por sus obreros que, una vez enterados de que iba a ser operado por su mal de cáncer, se anotaron e hicieron fila en una clínica de Buenos Aires para donar sangre. En su aparición, Shaw soltó la frase que quedaría para la historia y recordada por muchos: “Ahora soy feliz ya que por mis venas corre sangre obrera”.
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